Lo primero que se oye al despertar es el escandaloso ruido de piedras que golpean una plancha metálica. No importa que estemos a más de 200 metros del lugar de operaciones, el estruendo opaca el canto de las aves y el calmado avance del río.
Aún está oscuro, 5:50 am, rugen los motores de las volquetas que se forman en fila para recoger arena removida y llevarla hasta la cima de una colina artificial. La depositan para que una retroexcavadora la acomode en esta máquina donde caen las piedras sobre alfombras con gruesas cerdas de plástico donde dicen que se queda, de a poco, el oro.
El trabajo en los campamentos mineros en Mayaya, una comunidad en el bosque amazónico del norte de La Paz, nunca para, o casi nunca. Miles de obreros trabajan por turnos de 11 horas en gigantescas zonas de suelo estéril, contaminado, desértico, que se abre paso como una enfermedad. Desde aquí se envenena el río Kaka, cuyas aguas, kilómetros más abajo y junto a otras corrientes, besan las orillas del Parque Nacional Madidi.
Los mineros trabajan para empresarios chinos. Una asociación ilegal entre cooperativas bolivianas e inversionistas extranjeros (en su mayoría del gigante asiático) han hecho realidad esta devastación con la complicidad del Estado boliviano. La minería aurífera ha destruido la naturaleza en estas poblaciones y el impacto llega al Madidi, una de las áreas más importantes del mundo en biodiversidad. Cada día, a cada hora, miles de litros de agua con mercurio y otros contaminantes tiñen los ríos que desembocan en esta área protegida.
Unas cuadras al norte de la plaza central de Mayaya, atravesando un riachuelo rojizo y contenedores metálicos convertidos en viviendas, se encuentra Ernesto, quien trabaja en la minería desde hace 12 años. Fuma un cigarrillo mientras vigila delante suyo el trabajo de la maquinaria que derrumba una colina. En la cima se han apostado unas gallinas, que ven curiosas lo que ocurre.
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– A nosotros nos contrató la cooperativa. Así es la cosa, la cooperativa obtiene el permiso del Gobierno y le pagan al dueño de las tierras para trabajar aquí. Se gana más que en la ciudad, el sueldo más bajo estará por los Bs 3.500, otros pueden ganar hasta Bs 8.000 si operan máquinas.
Ernesto es de Cochabamba, y cuenta que Mayaya, municipio de Teoponte, está poblado de extranjeros chinos, muchos de ellos indocumentados, que extraen kilos de oro sin dejar nada a cambio para las comunidades, más que destrucción.
– Pero Bolivia debe tanto dinero a China, ¿qué se les puede decir?
En los últimos años, la República Popular de China se convirtió en el principal acreedor binacional de Bolivia. Hasta fines del 2021 se le debía el 10,3% de la deuda externa pública, equivalente a $us 1.312 millones.
– Los chinos se llevan todo y no dejan nada para el pueblo, pero el Gobierno no dice nada -nos dice un hombre que aceptó acercarnos en su camioneta hasta las inmediaciones de las áreas mineras donde operan las empresas extranjeras.
Nos deja al lado de un sendero que se interna hacia el río. Tras 10 minutos de caminata, delante nuestro se abre un paisaje desolador: El bosque ha desaparecido y ha sido reemplazado por cientos de colinas artificiales de piedra que se extienden hasta donde alcanza la vista. Sobre algunas de ellas, se divisa a la distancia, volquetas y tractores en movimiento.
Detrás de nosotros, por el mismo sendero, viene un hombre menudo con una camisa percudida, abarcas y una bolsa de mercado con una batea de madera para lavar oro de forma artesanal. Se llama Marcos y busca algo de oro entre las sobras que dejan las grandes empresas. Tiene más de 40 años, es de Cochabamba, y llegó a Mayaya apenas hace una semana en busca de mejor suerte, pues en su tierra natal no encontraba trabajo.
Nos dice que recién pasó por Mapiri, otro pueblo minero en el norte paceño, a 66 kilómetros de Mayaya, y que allí ya no hay nada. La ribera del río se ha convertido en un desierto gris de piedras sueltas donde los buitres saltan en busca de basura o algún animal muerto.
Caminamos con él hasta uno de los campamentos mineros, donde está sentado Luigi, un ingeniero que llegó de Santa Cruz hace un mes para trabajar con una empresa china. Tiene un overol azul, hojas de coca acumuladas en el cachete derecho. Trabaja en medio de lodo naranja, piedras grises, máquinas rugientes y desechos metálicos y plásticos. Con sus jefes habla por señas, pues ellos no entienden español. Cuando se entera que andamos haciendo un reportaje nos pregunta:
– ¿Saben ustedes si estas empresas pagan impuestos?